Olor a café

Hoy amaneció nublado, el cielo encapotado en grises oscuros, prometiendo una lluvia que se demoraba en caer. Caminé por las calles de la ciudad, los edificios altos y grises se levantaban a mi alrededor, un homenaje a la rutina y la inmutabilidad. Tomé un desvío por Victor Martinez, dejándome llevar por el aroma de café tostado que se desprendía de la Café Martinez de Rivadavia al 5500. Es un rincón familiar, un punto de referencia constante en mi paseo matinal, y siempre disfruto de la sensación cálida y acogedora que desprende.

Hoy, sin embargo, algo estaba fuera de lugar.

Me envolvió un olor extraño, algo que no correspondía al aroma acogedor y familiar del café recién hecho. Un olor penetrante y desagradable: meo. Inmediatamente, la atmósfera cambió, el aroma a café tostado quedó opacado por este intruso. El interior del café estaba tan lleno de vida como siempre, con gente de todas las edades charlando, leyendo, trabajando en sus notebooks. Pero, a pesar de la aparente normalidad, el olor estaba allí, impregnando cada rincón del local. Nadie parecía notarlo o, al menos, mostrar algún tipo de reacción.

El contraste era sorprendente. El café, que siempre había sido un santuario de confort y aroma agradable, estaba ahora manchado por un olor inapropiado y desagradable. ¿De dónde venía? ¿Era un problema de limpieza, o había algún problema con los caños? Decidí tomar mi café para llevar y abandonar la cafetería antes de lo que tenía planeado. Al salir a la calle, el aire frío me golpeó, limpiando mis fosas nasales del olor desagradable.

Más tarde, desde la comodidad de mi departamento, tomé un sorbo del café que había llevado conmigo. El olor estaba ahí.

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